Porque no hay distancia cuando la ayuda está al otro lado

Cuando mi abuela empezó a vivir sola tras enviudar, la idea de que estuviera a salvo en su casa de siempre se convirtió en una obsesión para mí. Fue entonces cuando descubrí la teleasistencia reloj, un pequeño dispositivo que lleva en la muñeca y que ha cambiado mi forma de entender la seguridad para alguien que amo. No es solo un gadget tecnológico que parece sacado de una película futurista; es una red invisible que conecta a quien lo lleva con la ayuda inmediata, sin importar si está en la cocina haciendo un caldo o en el jardín regando sus geranios. La tranquilidad que me da saber que está a un botón de distancia de un equipo que responde en segundos es algo que no tiene precio, y verla usarlo con esa mezcla de orgullo y desconfianza inicial me saca una sonrisa cada vez que lo pienso.

El funcionamiento de la teleasistencia reloj es tan sencillo que hasta mi abuela, que aún le tiene manía al móvil, lo pilló a la primera. Es un reloj discreto, parecido a los que usaba mi abuelo para ir al campo, pero con un botón rojo que, al pulsarlo, conecta directamente con un centro de atención que funciona las 24 horas. Si ella se siente mal, se cae o simplemente necesita charlar porque el día se le hace largo, alguien al otro lado contesta con una voz amable y decide si hace falta mandar una ambulancia o avisarnos a la familia. Lo que me flipó cuando me lo explicaron es que tiene un GPS integrado, así que aunque se despiste dando un paseo por el pueblo, siempre sabemos dónde está. Algunos modelos incluso detectan caídas automáticamente, algo que me tranquilizó aún más porque mi abuela tiene ese talento para tropezar con cualquier cosa.

Los servicios que ofrecen van más allá de emergencias, y eso es lo que me convenció de que esto era mucho más que un salvavidas. Además de la respuesta rápida, le hacen seguimiento médico por teléfono, le recuerdan tomar sus pastillas –algo que ella jura que no olvida pero que yo sé que sí– y hasta le dan consejos para el día a día, como si tuviera una enfermera personal sin salir de casa. Mi tía, que vive a dos horas, dice que el servicio de compañía telefónica es su favorito, porque a veces mi abuela solo necesita alguien con quien hablar de las noticias o del tiempo, y esas charlas le alegran la mañana. Es como tener un ángel de la guarda que no solo vigila, sino que también escucha.

Hablar con quienes ya lo usan me abrió los ojos a lo que significa realmente este invento. Mi vecina Carmen, que tiene 78 años y un genio que asusta, me contó que una vez se mareó en el baño y pulsó el botón; en menos de 10 minutos ya tenía ayuda en la puerta, y dice que sin el reloj habría pasado la noche en el suelo. Luego está don Manuel, el del segundo, que presume de su teleasistencia reloj como si fuera un trofeo, porque le da la libertad de seguir viviendo solo sin que sus hijos lo atosiguen. Escuchar sus historias me hace sentir que no estoy exagerando al decir que esto es un cambio de juego para quienes quieren seguir siendo independientes pero con un respaldo que no falla.

Pensar en cómo este dispositivo ha borrado la distancia entre mi abuela y la ayuda que necesita me llena de alivio. Es una mezcla de tecnología y humanidad que hace que los kilómetros no pesen, que las emergencias no asusten tanto y que la soledad sea un poco menos pesada. Saber que está cuidada, incluso cuando no puedo estar allí, es un regalo que no cambiaría por nada.