Hay un silencio muy específico que aterra a cualquier propietario de casa: el silencio de la caldera en pleno invierno. Me he despertado esta mañana no con el despertador, sino con ese frío punzante en la nariz que te avisa de que algo va mal. Al salir de la cama, el suelo de madera estaba helado, y al llegar a la cocina, la pequeña luz roja parpadeando en el panel de la caldera confirmaba mis peores sospechas. Ha decidido rendirse.
Vivir en Cambados es un privilegio la mayor parte del año. Pasear por Fefiñáns, ver la puesta de sol sobre las ruinas de Santa Mariña o disfrutar de la tranquilidad de la ría es impagable. Pero cuando falla la calefacción, te acuerdas de que esta villa histórica está hecha de granito y vive abrazada por la humedad de la Ría de Arousa. Aquí, el frío no es solo temperatura; es una entidad física, una humedad salina que atraviesa los muros de piedra y se te instala en el salón si no tienes los radiadores funcionando.
Ahora mismo estoy sentado en el sofá con dos jerséis y una manta, con el portátil en las rodillas, inmerso en la misión de encontrar a alguien que me salve. Buscar un técnico de reparación de calderas en Cambados no es tan automático como en una gran capital. En la comarca de O Salnés, las cosas funcionan con una mezcla de búsquedas en Google y la sabiduría popular de los vecinos.
He encontrado un par de empresas que operan desde Vilagarcía y otras locales de aquí mismo. El dilema es el de siempre: ¿quién podrá venir hoy? Miro por la ventana y veo las cepas desnudas de los viñedos de albariño bajo un cielo gris plomizo que amenaza con llover en cualquier momento. La belleza melancólica del paisaje gallego pierde un poco de su encanto cuando no sientes los dedos de los pies.
Sigo marcando números. Escucho tonos de espera y voces que me hablan de agendas completas o de «pasarnos a mirarlo mañana por la tarde». Pero yo necesito el calor hoy. Necesito esa furgoneta blanca aparcando frente a mi puerta, necesito ver a alguien con una caja de herramientas que entienda el idioma de estas máquinas caprichosas y que, con un par de ajustes, devuelva el ronroneo reconfortante del gas quemándose y el agua caliente fluyendo por las tuberías. Hasta entonces, solo me queda esperar y confiar en que la hospitalidad de Cambados se extienda también a sus servicios de urgencia.